Dioses

Irial, diosa de los humanos
Irial es la diosa de la luz, y el astro que la representa es Erea, la gran luna plateada, de la que se dice que es la morada de los dioses. La tradición afirma que también los unicornios son criaturas de luz y, por tanto, Irial tiene una cierta predilección hacia ellos. Por esta razón, dicen, los humanos sienten una gran atracción por la magia que los unicornios entregan, y por eso muchos de los grandes hechiceros de la Orden Mágica fueron humanos. Las sacerdotisas de la diosa Irial proclaman que ella hace brillar las estrellas y fue quien otorgó la inteligencia a los seres superiores de Idhún. Se la considera la diosa de la sabiduría, de la iluminación y del entendimiento, y por eso los humanos de Idhún tienden a creer que Irial está por encima de todas las demás divinidades. Lamentablemente, esto les lleva de vez en cuanto a tratar a las demás razas con una cierta soberbia. Pero también les hace creer a menudo que tienen la responsabilidad de velar por la justicia, y se toman muy en serio la educación de sus líderes. De este ideal de justicia nacieron la academia de Nurgon y su Orden de Caballería. Se representa a Irial como una mujer humana de gesto serio y majestuoso; pero en realidad su verdadera esencia podría describirse como una intensísima luz, tan poderosa que ciega instantáneamente a todo el que la mira.

Karevan, Señor de la Piedra
Karevan es el dios de los gigantes, de la roca y de toda la materia inanimada. No existen muchas leyendas acerca de él. Los gigantes lo consideran una especie de padre protector, pero no cuentan hazañas atribuidas a él. Sí que afirman, y en esto coinciden con los mitos de todo Idhún, que Karevan modeló las cordilleras, los acantilados, los picos y las quebradas de todo Idhún. Por esta razón se lo representa como el más grande y fuerte de todos los dioses. Como un gigante. La forma pura de Karevan es todavía más impresionante. Cuando el Señor de la Piedra de mueve por su elemento, provoca violentos terremotos y hace temblar las montañas. Y cuando se desplaza por el subsuelo, hace brotar montañas y estallar volcanes. Se dice que se puede seguir en el mapa de Idhún el camino que recorrió Karevan en sus manifestaciones sobre el mundo estudiando la línea de las cadenas montañosas que creó a su paso.

Yohavir, el Señor de los Vientos
En el panteón idhunita, Yohavir es el dios del aire, de los sentimientos, de la comunicación, de todo lo etéreo. Se dice de él que mueve los vientos, que otorgó las alas a todas las aves y que es el protector de todo lo hermoso y lo equilibrado. Cuentan que tiñó de azul la piel de sus criaturas más perfectas, los celestes, para que se acordaran siempre de mirar a lo alto y de respetar a todos los seres que surcan los cielos. Y, aunque no les dio alas, les entregó, entre otros muchos, el don de la levitación. Los que veneran a Yohavir tienden a imaginarlo con un joven celeste, sensible, alegre y despreocupado. Por esta razón verlo en su verdadera forma resulta todavía más perturbador que en el caso de los otros dioses. Cuando se desplaza por su elemento, Yohavir mueve grandes masas de aire, provoca violentos fenómenos atmosféricos y se manifiesta como un inmenso tornado. En Celestia todavía recuerdan con horror la última vez que Yohavir les hizo una visita. Arrasó la ciudad de Rhyrr y a punto estuvo de destruir por completo Haai-Sil y los nidos de los pájaros. A pesar de ello, el dios no tenía voluntad de hacer ningún daño. Simplemente, llevado por el amor a sus criaturas, se acercó a Celestia para verlas, sin ser consciente de la inmensidad que su esencia pura suponía para el mundo de los mortales.

Wina, la diosa de la tierra
La llama "la madre Wina" o "la diosa de todo lo verde". Además de ser la deidad a la que veneran los feéricos, es también la protectora de los bosques y, por extensión, de todas las criaturas vivas. Wina es la diosa de la fertilidad y del crecimiento; es la diosa a la que se encomiendan todas las embarazadas para que sus bebés se desarrollen sanos y fuertes. Sin embargo, su furia para quienes destruyen los bosques es también legendaria, al igual que su milenario rencor hacia Aldun, el dios del fuego, de quien se dice que convirtió la fértil zona de Kash-Tar en un ardiente desierto; Wina todavía no lo ha perdonado, y por ello, se dice también, para los feéricos no existe mayor crimen que el de incendiar un bosque. Wina es la naturaleza personificada, la creación más pura; y, por eso mismo, puede ser igual de peligrosa que otros dioses que son destructores en esencia. Y es así como Wina se manifiesta en el mundo. Por donde ella pasa, las semillas germinan, las plantas crecen a una velocidad de vértigo, el instinto reproductor de los animales se despierta y las crías se desarrollan más deprisa. Así, aunque no se la pueda ver porque no tiene cuerpo material, se puede detectar el paso de Wina por la superficie del mundo, porque va creando bosques incluso en las tierras más baldías.

Neliam, diosa del mar
Esta diosa tiene fama de serena e imperturbable, lo cual contradice la leyenda que afirma que, en tiempos remotos, Neliam lloró y lloró sin parar hasta que medio mundo estuvo cubierto por un mar de lágrimas. A esta llantina de la diosa se la conoce como "el Disgusto de Neliam". Teólogos, sacerdotes y eruditos varu de todas las épocas han debatido acerca de qué fue lo que Disgustó a su diosa hasta el punto de hacerle llorar un océano entero, pero a día de hoy todavía no se ha llegado a ninguna conclusión. Neliam es la diosa madre de los varu, pero también lo es de todas las criaturas que habitan en el mar, incluso de los manantiales, de los lagos, de los ríos y hasta de los charcos que forman las gotas de lluvia. Por esta razón las náyades y los silfos acuáticos, que veneran a Wina sobre todos los dioses, recuerdan también a Neliam en sus oraciones. Ella es la diosa que mueve las poderosas mareas de Idhún, y por eso los varu dicen que, aunque Ayea, la luna más pequeña de las tres, es su favorita, en realidad las tres lunas le obedecen y le rinden pleitesía. Se la representa como una mujer varu de largos cabellos, sonrisa serena y enigmática mirada, a veces, con las mejillas empapadas en llanto. Pero en su forma pura, Neliam provoca maremotos y poderosas corrientes marinas. La última vez que bajó al mundo anegó casi todo el sur de Idhún bajo una ola gigantesca.

Aldun, dios del fuego
El padre de los yan tiene el fuego como elemento propio. Suyo es el poder que hace arder los soles y otorga la llama a los dragones. Se lo representa como un yan de barba pelirroja y con las proporciones de un gigante. Es proverbial su rivalidad con Wina, la diosa de la tierra. Y, aunque ningún yan se atreve a maldecir a Wina, lo cierto es que no la aprecian demasiado, ni a ella ni a sus hijos, los feéricos. Se dice de Aldun que creó a los dragones. En realidad, puntualizan los sacerdotes, los dragones fueron creados por los tres dioses juntos: Karevan les dio cuerpo, Yohavir les dio alas y Aldun les dio el fuego. Sin embargo, este último atributo es el que más los diferencia de los sheks y del resto de criaturas, y por ello Aldun se considera el padre de los dragones, más que ningún otro dios. La verdadera forma de Aldun es una gigantesca esfera de fuego. Puede expandirse hasta alcanzar el tamaño de un sol o puede compactarse hasta llegar a ser tan pequeño como una casa. En cualquier caso, su presencia abrasa todo lo que toca y hace subir la temperatura a su alrededor hasta extremos infernales. La última vez que descendió al mundo vagó por Kash-Tar y calcinó varias poblaciones yan sin ser consciente de su presencia.


El Séptimo, el dios del misterio
El Séptimo nunca ha tenido nombre. Los sacerdotes de las seis razas sangrecaliente lo presentan a sus fieles como el Malvado, el Oscuro, el Creador de las Serpientes, el Enemigo de los Seis. Las leyendas más antiguas hablan de él como de un dios extranjero que llegó a Idhún con sus legiones de serpientes y trató de arrebatárselo a la fuerza a sus legítimos habitantes. La realidad es aún más desconcertante y sorprendente.
Los dioses de Idhún son caos y cosmos, creación y destrucción. En tiempos remotos, tras haber destruido totalmente un mundo (Umadhun), y tras la creación del que iba a ser su obra definitiva (Idhún), los dioses acordaron desprenderse de su parte caótica y destructiva. La encerraron en una roca-prisión que arrojaron al mar. Mucho tiempo después, de esa roca emergió un nuevo dios, que había nacido de todo lo oscuro y caótico que había en el mundo. Pero aquel dios era también un dios creador, y dio aliento a una raza propia, los szish. Y, tiempo más tarde, también fue el padre de una especie de guerreros letales y casi perfectos: los sheks. La preferencia del Séptimo por las criaturas de forma serpentina se justifica en la mitología idhunita a través de la figura de una gran Madre Serpiente: Shaksiss, la serpiente del corazón del mundo, a la cual se habría unido el Séptimo en tiempos remotos, para crear a los sangrefría. Desde su aparición en el mundo, el Séptimo tuvo dos objetivos primordiales: conquistar Idhún para sus criaturas y ocultarse de la mirada de los otros Seis dioses, que han tratado de destruirlo. La guerra entre unos y otros se libró a través de sus respectivos ejércitos: sheks y dragones, que combatieron, en nombre de sus dioses, por la supremacía en Idhún. Pero los Seis trataron siempre de acabar con el Séptimo dios que se había generado de lo que ellos consideraban "sus sobras y despojos". Y para esconderse de ellos y poder participar de forma más directa en la guerra a nivel mortal, el Séptimo ha recurrido a sucesivas encarnaciones a lo largo de los tiempos. Las más conocidas fueron Talmannon, Ashran, Gerde y el szish Assher. Según maduraba como deidad, el Séptimo fue evolucionando hacia un ente más completo, no sólo destructor, como fue al principio, sino también creador. Así, fue por fin capaz de crear un nuevo mundo para sus criaturas, abandonando con ellos Idhún definitivamente tras la Batalla de los Siete. Es de suponer que, una vez concluidos todos los detalles de la creación de su nuevo mundo, y siendo ya la única deidad en él, el Séptimo no necesitará encarnarse más, y abandonará el cuerpo de Assher para contemplar su mundo desde el plano espiritual, como hacen todos los otros dioses.